Si llegase a perder mi casa, me quedaría en este pueblo.
Cuando vine a vivir aquí, supe que era mi sitio, que por fin había dado con el
lugar en el que iba a poder vivir tranquila y bien.
Son pocos los momentos felices que recuerdo de mi vida,
pensé que aquí, en este pequeño pueblo, podría llegar a encontrar mi sitio, lo
voy a encontrar. El destino me ha traído hasta aquí, por algo será. Desde que
decidí, trabajar un poquito menos y vivir un poquito más, empecé a conocer más
de cerca el pueblo, pasear por sus calles, por sus montes, es un pueblo
precioso, lo que siempre he buscado.
A un kilometro de mi casa, está la ermita. Se me hace
difícil describir lo que sentí la primera vez que fui. Me tumbe en la hierba,
cerré los ojos y hablé con mi madre. Sé que estaba ahí conmigo, la sentía, no
escuche su voz, pero sentí sus palabras. Me tranquilizó, me dio ánimos para
seguir adelante, pude sentir su abrazo, su presencia. Es curioso en vida no
recuerdo que hiciera nada de eso, más bien todo lo contrario. En algún momento,
que mi loca cabeza no recuerda, debió de ser cariñosa conmigo, pues reconocí
sus caricias. No tengo la menor duda de que era ella.
Cuando estoy muy mal, cuando la ansiedad me come. Voy a la
ermita, hablo con ella me reconforta, consigue relajarme, a veces me cuesta
volver a la realidad, porque en ese estado me encuentro bien, protegida, como
cuando era niña y me acunaba en sus brazos. En alguna zona de mi cerebro tiene
que estar grabadas esas cosas, esas sensaciones, porque en esos momentos las
siento como ya vividos. Sin embargo lo único que recuerdo de ella, mientras
vivía son sus desprecios, sus broncas, sus palizas, su fría mirada. Es curioso,
en algún momento, que mi loca cabeza no recuerda, debió de ser cariñosa
conmigo.
Cuando los malos recuerdos, la mala conciencia me corroen,
salgo al jardín y observo las plantas, cada nuevo brote que nace de ellas, las
mimo, hablo con ellas. Mi vecina debe pensar que estoy loca, se pasa el día
hablando mal de mí. Ahora que en el pueblo ya me van conociendo, creo que está
cambiando la imagen que tiene de mi, creo que piensan que soy una prepotente,
interpretan mi mala cara fruto del sufrimiento como una especie de antipatía,
se que la culpa es un poco mía, no me conocen, tampoco hacía nada para que lo
hagan.
No soy persona de grandes amistades, siempre me he sentido
muy sola, he estado sola. Soy cordial, pero no dejo que nadie traspase la
frontera de mi intimidad, el único que consiguió acercarse un poco, no todo,
fue mi marido, que ya no está. No ha habido nadie que haya conseguido derribar
el muro que me separa de las demás personas. Hablo mucho, mi trabajo me obliga
a ello, soy buena vendedora, bromeo, rio, discuto, soy una autentica teatrera,
pero nadie me conoce en profundidad, nadie sabe de mi angustia, de mi soledad,
de mi mala conciencia, de la que no sé el motivo, quizá algún día sea capaz de
mirar en mi interior, de momento no puedo. Me refugio en mi casa, dedico mis
horas libres al jardín, a pasear por el pueblo. Si el día está malo, hay suerte
y he podido pagar la concesión a internet, el ordenador también me ayuda a
pasar las horas. Cualquier cosa por no pensar, por no dejar que los malos
pensamientos taladren mi cerebro.
Lo personalmente sagrado siempre reconforta más que lo que todos consideran de ese modo. Pueden hallarse más respuestas en un rincón del propio jardín que en la iglesia del pueblo.
ResponderEliminarPero mejor que nadie lo sepa, así no se llenan de indeseables también esos rincones secretos.
Saludos
J.
Me encanta esa forma personal e intimista de un texto, que va de adentro afuera. Como una confesión, que revela lo que somos...sin complejos, coloquialmente, guardadas las proporciones, en ese tono de los cuentos de Juan rulfo. Garto estar aquí. Gracias por haber pasado por la JOroba del camello. Un beso. carlos
ResponderEliminargracias apor tu visita.
ResponderEliminarun saludo
marian